El miércoles 23 de febrero nos dimos un buen madrugón para coger el ferry que nos llevaría desde Wellington a Picton, localidad situada al norte de la isla sur. Nos llamó la atención la presencia de un gran número de militares que se dirigían hacia Christchurch para ayudar en las labores de rescate del terremoto.
Tras el trayecto de 3 horas, nos encaminamos en coche hacia el Parque Nacional Abel Tasman por una carretera que recorría lenguas de agua del estrecho de Cook. Por al camino paramos de vez en cuando para contemplar el paisaje e hicimos una compra en el súper, que ya lo hemos tomado por costumbre y nos está ayudando a llevar una dieta más equilibrada para tranquilidad de nuestras madres, además de resultar más económico. Y es que, a pesar de que en Nueva Zelanda hay una gran oferta de productos frescos autóctonos, no existe una gastronomía como tal. Así que, de vez en cuando hacemos alguna comida fuera pero solemos cocinar en las cocinas comunes de los backpackers o Holiday Parks.
A media tarde llegamos ya a Marahau, un pueblo situado en pleno parque natural, y nos alojamos en la Old McDonalds farm, lo que aquí se llama Holiday Park y que básicamente es un camping con bungalows muy apañados y baños compartidos. El parque Abel Tasman es eminentemente playero, así que a la mañana siguiente nos preparamos unos bocatas y nos fuimos tan contentos a alquilar unos kayaks, que es la mejor forma de ir recorriendo la costa y parar en sus apetecibles playas de aguas color esmeralda. Pero claro, entre unas cosas y otras nos dieron las 11 de la mañana y al llegar al lugar del alquiler nos encontramos con que ya no había barcas disponibles. Resulta que lo que en otros lugares parece tan sencillo, ir y pagar por disponer de una canoa durante unas horas, en Nueva Zelanda no lo es tanto. Teníamos que haber estado allí a las 8:30 de la mañana para recibir un curso de salvamento de una hora y atender a las explicaciones sobre el equipamiento que te proporcionan junto con el kayak (más de 15 artículos!!). En resumen, que este país no da lugar a las improvisaciones. Ya lo sabemos para la próxima vez. No obstante pudimos disfrutar del parque haciendo un trekking de 11 kilómetros por la costa y acceder por pequeños senderos a sus playas casi desiertas. Nos hizo un día buenísimo… lástima que el agua estaba demasiado fría para nosotros, aunque Carlos sí se atrevió a darse un chapuzón. El broche final del día fue poder contemplar el cielo más estrellado que habíamos visto jamás gracias a la ausencia de contaminación lumínica que hay en este país tan poco poblado.
El viernes emprendimos de nuevo el camino hacia el sur por la costa oeste con una primera parada en el lago Rotoroa, de donde tuvimos que salir escopetados porque sufrimos un ataque de sandflies. Este endemoniado insecto, muy abundante por estas latitudes, es una especie de mosquito que en vez de picar muerde. Malditos!!
Aunque recorrimos bastantes kilómetros ese día, hicimos varias paradas que merecieron mucho la pena. Una de ellas fue en Foul Wind, donde contemplamos una colonia de focas en su hábitat natural, y otra en los famosos Pancakes de Punakaiki, una formación rocosa al pie del mar con la forma de las famosas tortitas. Por la noche llegaríamos a Greymouth.
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